- Sí, presenta tu renuncia: Salinas
Mérida, Yucatán.- El 14 de febrero de 1991, a las diez horas
del Día del Amor y la Amistad, pidió licencia indefinida al Congreso del Estado
al cargo de Gobernador de Yucatán Víctor
Manzanilla Schaffer por motivos de salud.
Eran los tiempos del presidente Carlos Salinas de Gortari. Para
concluir los tres años de la administración la Legislatura local, que presidía
Roberto Pinzón Álvarez, designó a la senadora Dulce María Sauri Riancho.
En sus memorias el ex gobernador narra los sucesos:
El principio del fin
Antes de las elecciones (de 1990) llegó un enviado de mi
partido, el delegado general profesor José Guadarrama Márquez, hidalguense y
dispuesto a poner en práctica un “operativo” para ganar las elecciones. De este
plan sólo conocí que se pondrían banderitas en cada casa que hubiese votado por
el PRI, concentrando sus máximos esfuerzos en Mérida, ciudad capital, que
representa casi la mitad del electorado en el estado.
Los candidatos a presidentes municipales fueron: por el PRI,
el ingeniero Herbé Rodríguez Abraham, y por el PAN la CP Ana Rosa Payán Cervera
Ambos gozaban de prestigio y de reconocida militancia partidista Rodríguez
Abraham había sido en una ocasión presidente municipal de Mérida y ganó
reconocimiento a su desempeño honesto, eficiente y sensible a las necesidades
de la población.
Por su parte, la distinguida dama Payán Cervera sobresalía
por su dinamismo, activismo y voluntad de cambio democrático En la “elección”
de Salinas de Gortari, como candidata de su partido, había ganado para diputada
federal Las instrucciones que el delegado Guadarrama traía fueron encargarse de
todo, marginando al gobierno.
Por eso llevó de otras partes de la República a más de 150
personas como ayudantes La nueva Ley Electoral de que he hablado, ya estaba
vigente, por lo cual a mi gobierno sólo le competía organizar y vigilar la
elección ()
En uno de mis viajes al Distrito Federal, fui a saludar al
presidente del PRI, Luis Donaldo Colosio, y a quejarme de ciertos problemas que
los priístas pertenecientes al “grupo del caudillo Cervera” me estaban creando.
Su respuesta fue: “Usted, gobernador, gane la elección en
Mérida y se acabarán los problemas”, lo cual me hizo pensar que el sistema
político mexicano había puesto toda su voluntad en triunfar en Mérida.
Yo tenía a mi favor el compromiso democrático con el pueblo
que había asumido desde mi toma de posesión; la nueva Ley Electoral del Estado
y el “operativo” diseñado por el PRI que incluía marginar al gobernador.
Al día siguiente de la votación, el delegado Guadarrama
regresó a la Ciudad de México con todas las actas de escrutinio que, en copias,
cada partido tenía Recibí multitud de llamadas de los candidatos del PRI a
diputados y presidentes municipales preguntándome si habían ganado o perdido, a
lo cual respondía no saber los resultados.
Guadarrama apareció en Mérida un jueves antes del cómputo
final de la Comisión Municipal Electoral y pidió entrevistarse conmigo Lo cité
en mi casa en la noche y pedí, como testigos, que estuviesen presentes el
secretario general de Gobierno, Ing Milton Rubio Madera, y el Dip Lic Angel
Prieto Méndez.
El delegado llegó con otra persona fuereña, y al comenzar la
reunión lo increpé por la irresponsabilidad demostrada al no darme información.
Mi pregunta fue: ¿Ganamos o perdimos? Estoy seguro que ganaremos por más de
5,000 votos”, contestó. “Qué bueno”, respondí, agregando: “espero que sean
limpios y la victoria transparente”.
José Guadarrama Márquez se jugó una carta arriesgada y me
dijo: “Gobernador, tengo dudas en 16 casillas y le estoy pidiendo permiso para
entrar a la Comisión Municipal”. Ahí estaban las ánforas resguardadas por la
Secretaría de Protección y Vialidad a cargo del comandante Jorge Carlos
Martínez Lugo.
Fingí no haberlo escuchado y en respuesta repitió lo mismo.
Me levanté de mi asiento y dije—realmente molesto— un manotazo en el escritorio
y le dije: “Eso, Guadarrama, jamás. Ni que me lo pida el Presidente. Tú debiste
ganar las elecciones el domingo pasado. El pueblo depositó su voto y su
decisión será respetada”. Se levantaron ambos y se fueron.
En forma inmediata
ordené al comandante Martínez Lugo se reforzara la vigilancia y se acordonara
la manzana. Así llegó el domingo siguiente y se hizo el escrutinio final.
Después de revisar casilla por casilla los votos contenidos en cada una —tres
veces—, se extendió la constancia de mayoría en favor de la CP Ana Rosa Payán
Cervera ()
La renuncia
En 1991, mi partido dio la orden de que me hicieran el vacío
(en su III informe de gobierno) y que nadie se presentara. Cortaron los viajes
o corridas de los camiones hacia la Plaza Grande para que nadie pudiese
trasladarse. Pero se llevaron un palmo de narices, porque colonos de la
Federación de Colonos Urbanos, encabezados por mi amiga Blanca G Estrada Mora,
se trasladaron como pudieron y más de 200 acompañaron al Prof Hank González, al
gobernador y a la comisión de diputados hasta el Congreso, llenando las
galerías ()
En el mes de enero de 1991, se fueron repitiendo actos de
provocación de campesinos, esta vez contra diputados en el Congreso. A los
diputados amigos no les dejaban hablar, se hacían plantones y la policía
permanecía alerta. Yo pensaba, y lo sigo haciendo, que el poder no se conserva
por vanidad, y cuando desde la Presidencia de la República, vía partido, y
“grupo confabulado”, se ordenaba el hostigamiento al gobierno estatal, las
cosas tenían que hacer crisis y la solución debía buscarse en Los Pinos,
enfrentando personalmente los hechos y las decisiones.
Antes de viajar al Distrito Federal, preparé carpetas y
memoranda sobre el estado que guardaban, a partir del tercer informe de
gobierno, los diversos sectores productivos del estado y la problemática
social, económica y política por resolver, así como el resultado de los
programas de gobierno.
Llegué a la Ciudad de México a finales de enero y fui a
saludar a mi amigo Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de Gobernación.
Después de explicarle todo, le pedí que solicitara a mi nombre una audiencia
con el presidente Salinas, lo cual hizo de inmediato. Fui citado en Los Pinos
el lunes 4 de febrero.
Al principio de la audiencia le fui explicando el contenido
de las carpetas y el presidente escuchando simulaba su lectura. Cuando acabé mi
exposición, le expresé mi preocupación porque “nuestro partido” trataba de
provocar al gobierno para caer en actos represivos y violentos.
Ante esto, Señor Presidente —expresé—, existen dos vertientes: una, hacerle frente con la fuerza pública, para terminar con el desorden, lo cual, desde ahora lo digo, sería una incongruencia de mi parte, porque ‘nuestro partido’ me postuló dos veces para diputado federal, dos veces para senador de la República y una para gobernador del estado. La otra vertiente: usted tiene la palabra”.
Entonces Salinas me dijo: “Víctor, todo lo que traes en
estas carpetas lo conozco, Yucatán se ha organizado y avanzado en tus tres años
de gobierno. Tú ya cumpliste; lo que sigue va a ser de un gran desgaste”. Lo
interrumpí para decirle: “¿Entonces me está diciendo que presente mi licencia?”.
Contestó: “Sí, presenta tu renuncia”. Confieso que se me
calentó la sangre, que respiré profundamente y, mostrándole la palma de mis
manos en actitud enérgica —lo cual motivó que el presidente se hiciera para
atrás, recargándose en el respaldo de su asiento—, le dije en voz alta y con
los brazos extendidos: “¡Me voy con las manos limpias de sangre, de dinero, de
negocios, de persecuciones y de corrupción!”.
Nos quedamos unos segundos en silencio, durante los cuales
pensé sobre lo absurdo de la exigencia y le dije: “Señor Presidente, le pido
una gracia”; “¿Cuál es, Víctor?”, me dijo “Que presente mi licencia el 14 de
febrero, Día del Amor y de la Amistad”. Se desconcertó y aceptó, agregando que
cuando terminara lo fuera a ver. Nos despedimos.
Afuera me aguardaba
mi secretario particular, el Lic Carlos Ademar Méndez, y mi chofer. Me fui a la
casa; Carlos Ademar regresó a Yucatán, no sin antes preguntarme cómo me había
ido. Yo le contesté: “Muy bien, todo tranquilo”. Tiempo después me expresó que
en mi cara se notaba preocupación y molestia. No estaba equivocado
Regresé a Yucatán y seguí al frente del gobierno. Por arte
de magia, cesaron las presiones del PRI en mi contra Ya habían recibido instrucciones
desde Los Pinos, vía PRI.
Cervera Pacheco y socios se preparaban para el asalto final,
no contra mí, sino lo que es más grave, contra Yucatán, esperando el “Día del Amor
y la Amistad”. Llegado el día, todo estaba preparado en el Congreso. Llevaron
campesinos contratados en municipios de Campeche vecinos a Yucatán y los
apostaron en las afueras con el objeto de denostarme, y adentro del Congreso
“las huestes” estaban listas para abuchearme en caso de que quisiese ocupar la
tribuna.
A las diez de la mañana se detuvo mi automóvil en la calle
58, a unos pasos del Congreso. El mayor Cetina, jefe de ayudantes, se bajó y
caminamos un pequeño trecho. Le dije que no me acompañara y solo, frente a los
campesinos contratados, caminé por en medio de ellos, quienes abrieron el paso
hasta las escalinatas del recinto, en donde esperaban algunos diputados y una
nube de periodistas.
Cuando iba caminando hacia ellos y entre, los campesinos
—tal vez confundidos, por no ser del lugar— comenzaron a aplaudir En un sobre
llevaba mi solicitud de licencia, dirigida al Congreso, cuyo motivo fue “por
razones personales y de salud” ().
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