Manzanilla, 26 años de renuncia

  • Sí, presenta tu renuncia: Salinas
Mérida, Yucatán.- El 14 de febrero de 1991, a las diez horas del Día del Amor y la Amistad, pidió licencia indefinida al Congreso del Estado al cargo de Gobernador  de Yucatán Víctor Manzanilla Schaffer por motivos de salud.

Eran los tiempos del presidente Carlos Salinas de Gortari. Para concluir los tres años de la administración la Legislatura local, que presidía Roberto Pinzón Álvarez, designó a la senadora Dulce María Sauri Riancho.

En sus memorias el ex gobernador narra los sucesos:

El principio del fin
Antes de las elecciones (de 1990) llegó un enviado de mi partido, el delegado general profesor José Guadarrama Márquez, hidalguense y dispuesto a poner en práctica un “operativo” para ganar las elecciones. De este plan sólo conocí que se pondrían banderitas en cada casa que hubiese votado por el PRI, concentrando sus máximos esfuerzos en Mérida, ciudad capital, que representa casi la mitad del electorado en el estado.

Los candidatos a presidentes municipales fueron: por el PRI, el ingeniero Herbé Rodríguez Abraham, y por el PAN la CP Ana Rosa Payán Cervera Ambos gozaban de prestigio y de reconocida militancia partidista Rodríguez Abraham había sido en una ocasión presidente municipal de Mérida y ganó reconocimiento a su desempeño honesto, eficiente y sensible a las necesidades de la población.
Por su parte, la distinguida dama Payán Cervera sobresalía por su dinamismo, activismo y voluntad de cambio democrático En la “elección” de Salinas de Gortari, como candidata de su partido, había ganado para diputada federal Las instrucciones que el delegado Guadarrama traía fueron encargarse de todo, marginando al gobierno.

Por eso llevó de otras partes de la República a más de 150 personas como ayudantes La nueva Ley Electoral de que he hablado, ya estaba vigente, por lo cual a mi gobierno sólo le competía organizar y vigilar la elección ()

En uno de mis viajes al Distrito Federal, fui a saludar al presidente del PRI, Luis Donaldo Colosio, y a quejarme de ciertos problemas que los priístas pertenecientes al “grupo del caudillo Cervera” me estaban creando.

Su respuesta fue: “Usted, gobernador, gane la elección en Mérida y se acabarán los problemas”, lo cual me hizo pensar que el sistema político mexicano había puesto toda su voluntad en triunfar en Mérida.

Yo tenía a mi favor el compromiso democrático con el pueblo que había asumido desde mi toma de posesión; la nueva Ley Electoral del Estado y el “operativo” diseñado por el PRI que incluía marginar al gobernador.

Al día siguiente de la votación, el delegado Guadarrama regresó a la Ciudad de México con todas las actas de escrutinio que, en copias, cada partido tenía Recibí multitud de llamadas de los candidatos del PRI a diputados y presidentes municipales preguntándome si habían ganado o perdido, a lo cual respondía no saber los resultados.

Guadarrama apareció en Mérida un jueves antes del cómputo final de la Comisión Municipal Electoral y pidió entrevistarse conmigo Lo cité en mi casa en la noche y pedí, como testigos, que estuviesen presentes el secretario general de Gobierno, Ing Milton Rubio Madera, y el Dip Lic Angel Prieto Méndez.

El delegado llegó con otra persona fuereña, y al comenzar la reunión lo increpé por la irresponsabilidad demostrada al no darme información. Mi pregunta fue: ¿Ganamos o perdimos? Estoy seguro que ganaremos por más de 5,000 votos”, contestó. “Qué bueno”, respondí, agregando: “espero que sean limpios y la victoria transparente”.

José Guadarrama Márquez se jugó una carta arriesgada y me dijo: “Gobernador, tengo dudas en 16 casillas y le estoy pidiendo permiso para entrar a la Comisión Municipal”. Ahí estaban las ánforas resguardadas por la Secretaría de Protección y Vialidad a cargo del comandante Jorge Carlos Martínez Lugo.

Fingí no haberlo escuchado y en respuesta repitió lo mismo. Me levanté de mi asiento y dije—realmente molesto— un manotazo en el escritorio y le dije: “Eso, Guadarrama, jamás. Ni que me lo pida el Presidente. Tú debiste ganar las elecciones el domingo pasado. El pueblo depositó su voto y su decisión será respetada”. Se levantaron ambos y se fueron.

En forma inmediata ordené al comandante Martínez Lugo se reforzara la vigilancia y se acordonara la manzana. Así llegó el domingo siguiente y se hizo el escrutinio final. Después de revisar casilla por casilla los votos contenidos en cada una —tres veces—, se extendió la constancia de mayoría en favor de la CP Ana Rosa Payán Cervera ()

La renuncia
En 1991, mi partido dio la orden de que me hicieran el vacío (en su III informe de gobierno) y que nadie se presentara. Cortaron los viajes o corridas de los camiones hacia la Plaza Grande para que nadie pudiese trasladarse. Pero se llevaron un palmo de narices, porque colonos de la Federación de Colonos Urbanos, encabezados por mi amiga Blanca G Estrada Mora, se trasladaron como pudieron y más de 200 acompañaron al Prof Hank González, al gobernador y a la comisión de diputados hasta el Congreso, llenando las galerías ()

En el mes de enero de 1991, se fueron repitiendo actos de provocación de campesinos, esta vez contra diputados en el Congreso. A los diputados amigos no les dejaban hablar, se hacían plantones y la policía permanecía alerta. Yo pensaba, y lo sigo haciendo, que el poder no se conserva por vanidad, y cuando desde la Presidencia de la República, vía partido, y “grupo confabulado”, se ordenaba el hostigamiento al gobierno estatal, las cosas tenían que hacer crisis y la solución debía buscarse en Los Pinos, enfrentando personalmente los hechos y las decisiones.

Antes de viajar al Distrito Federal, preparé carpetas y memoranda sobre el estado que guardaban, a partir del tercer informe de gobierno, los diversos sectores productivos del estado y la problemática social, económica y política por resolver, así como el resultado de los programas de gobierno.

Llegué a la Ciudad de México a finales de enero y fui a saludar a mi amigo Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de Gobernación. Después de explicarle todo, le pedí que solicitara a mi nombre una audiencia con el presidente Salinas, lo cual hizo de inmediato. Fui citado en Los Pinos el lunes 4 de febrero.

Al principio de la audiencia le fui explicando el contenido de las carpetas y el presidente escuchando simulaba su lectura. Cuando acabé mi exposición, le expresé mi preocupación porque “nuestro partido” trataba de provocar al gobierno para caer en actos represivos y violentos.
Ante esto, Señor Presidente —expresé—, existen dos vertientes: una, hacerle frente con la fuerza pública, para terminar con el desorden, lo cual, desde ahora lo digo, sería una incongruencia de mi parte, porque ‘nuestro partido’ me postuló dos veces para diputado federal, dos veces para senador de la República y una para gobernador del estado. La otra vertiente: usted tiene la palabra”.
Entonces Salinas me dijo: “Víctor, todo lo que traes en estas carpetas lo conozco, Yucatán se ha organizado y avanzado en tus tres años de gobierno. Tú ya cumpliste; lo que sigue va a ser de un gran desgaste”. Lo interrumpí para decirle: “¿Entonces me está diciendo que presente mi licencia?”.

Contestó: “Sí, presenta tu renuncia”. Confieso que se me calentó la sangre, que respiré profundamente y, mostrándole la palma de mis manos en actitud enérgica —lo cual motivó que el presidente se hiciera para atrás, recargándose en el respaldo de su asiento—, le dije en voz alta y con los brazos extendidos: “¡Me voy con las manos limpias de sangre, de dinero, de negocios, de persecuciones y de corrupción!”.

Nos quedamos unos segundos en silencio, durante los cuales pensé sobre lo absurdo de la exigencia y le dije: “Señor Presidente, le pido una gracia”; “¿Cuál es, Víctor?”, me dijo “Que presente mi licencia el 14 de febrero, Día del Amor y de la Amistad”. Se desconcertó y aceptó, agregando que cuando terminara lo fuera a ver. Nos despedimos.

 Afuera me aguardaba mi secretario particular, el Lic Carlos Ademar Méndez, y mi chofer. Me fui a la casa; Carlos Ademar regresó a Yucatán, no sin antes preguntarme cómo me había ido. Yo le contesté: “Muy bien, todo tranquilo”. Tiempo después me expresó que en mi cara se notaba preocupación y molestia. No estaba equivocado

Regresé a Yucatán y seguí al frente del gobierno. Por arte de magia, cesaron las presiones del PRI en mi contra Ya habían recibido instrucciones desde Los Pinos, vía PRI.

Cervera Pacheco y socios se preparaban para el asalto final, no contra mí, sino lo que es más grave, contra Yucatán, esperando el “Día del Amor y la Amistad”. Llegado el día, todo estaba preparado en el Congreso. Llevaron campesinos contratados en municipios de Campeche vecinos a Yucatán y los apostaron en las afueras con el objeto de denostarme, y adentro del Congreso “las huestes” estaban listas para abuchearme en caso de que quisiese ocupar la tribuna.

A las diez de la mañana se detuvo mi automóvil en la calle 58, a unos pasos del Congreso. El mayor Cetina, jefe de ayudantes, se bajó y caminamos un pequeño trecho. Le dije que no me acompañara y solo, frente a los campesinos contratados, caminé por en medio de ellos, quienes abrieron el paso hasta las escalinatas del recinto, en donde esperaban algunos diputados y una nube de periodistas.

Cuando iba caminando hacia ellos y entre, los campesinos —tal vez confundidos, por no ser del lugar— comenzaron a aplaudir En un sobre llevaba mi solicitud de licencia, dirigida al Congreso, cuyo motivo fue “por razones personales y de salud” ().

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